Primo González
Estrella Digital 10/09/08
El presidente Rodríguez Zapatero se ha reunido con los embajadores españoles en el exterior para, entre otras cosas, pedirles que prediquen en el exterior la buena nueva de la economía española. Una tarea en la que el sector empresarial ha predicado abundantemente con el ejemplo en los últimos años, de modo que el máximo representante del Ejecutivo casi debería haberse reunido con los empresarios multinacionales españoles para expresarles una petición de este tipo, porque si algo se conoce bien en el exterior de las capacidades de los españoles son las habilidades de empresas y bancos, que han escalado en los últimos años a posiciones de relieve en la clasificación mundial de los negocios.
Es mucho sin duda lo que pueden hacer los embajadores desde sus sedes diplomáticas predicando las bondades del Gobierno de Zapatero en la cosa económica, pero mejor haría el presidente del Gobierno en aleccionar a los representantes diplomáticos españoles en el exterior para que presten un apoyo mucho más decidido a la actividad de las empresas nacionales, que rara vez acuden a las sedes diplomáticas españolas en el exterior para recabar una colaboración que saben de antemano que no se encuentra entre las prioridades que emanan del Palacio de Santa Cruz hacia la tupida red exterior española.
Más que convertirles en apóstoles y propagandistas de una verdad que ahora mismo cuesta trabajo hacer entender a los extranjeros, sobre todo porque hay que competir con rivales de la potencia del Financial Times, que se empeñan casi a diario en mostrar nuestras debilidades económicas (algunas con razón, aunque en su país de origen las padezcan en grado bastante superior), el jefe del Gobierno español debería haberles instruido con un manual práctico de apoyo a las iniciativas empresariales, ya que de ellas se derivarían importantes avances para una aún mayor internacionalización de las empresas españolas y, a la postre, para reducir el alarmante déficit comercial y de pagos con el exterior. Otros países nos podrían servir de ejemplo en esta tarea de activismo diplomático, empezando por Francia y siguiendo por algunos otros países desarrollados, auténticos maestros en el arte de abrir caminos a sus empresas nacionales. Las empresas españolas han logrado, sin embargo, importantes éxitos en el exterior sin que los apoyos diplomáticos hayan servido para desatascar ni allanar dificultad alguna. A pesar de ello, a pesar de la pusilánime acción exterior del Gobierno, las empresas españolas ocupan hoy posiciones muy destacadas en el exterior.
Nombres hay más de medio centenar capaces de encontrar un puesto de honor entre las empresas mundialmente más reconocidas. Hace poco, un estudio realizado sobre las empresas del Ibex 35, es decir, entre las principales empresas españoles con proyección pública importante, ponía de relieve que alrededor de la mitad de la facturación de las principales empresas del país se genera ya en los mercados internacionales. Hay algunas empresas que incluso rozan el 90% de sus ingresos procedentes del exterior y no se trata de empresas pequeñas, sino de compañías mundialmente reconocidas, como la siderúrgica Acerinox, una de las primeras del mundo en el segmento del acero inoxidable.
No sólo la procedencia de sus ingresos mayoritariamente procedentes del exterior denota la importante participación española en la globalización de la economía. También es preciso recordar las importantes compras que algunas empresas españolas de primera fila han realizado y siguen realizando en el exterior, incluso en países de primera fila como Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania, además lógicamente de Latinoamérica, que fue por donde comenzó la extensión exterior de las empresas españolas a finales de los años 80.
La proyección empresarial española en el exterior está muy por encima de la de algunos países que superan ampliamente el PIB español y todo ello a pesar de la escasa relevancia que tiene la diplomacia española más allá de nuestras fronteras. Hay una más que evidente desproporción entre la presencia empresarial española en el exterior y nuestra presencia diplomática, una desproporción que con el Gobierno Zapatero se ha agudizado de forma alarmante. La arenga que Zapatero acaba de realizar a los diplomáticos españoles, no para que rectifiquen su pasividad en su actitud de apoyo a las empresas nacionales sino para que ensalcen la labor económica del Gobierno, coincide además con un cerrojazo a los presupuestos públicos que durante los últimos años han empezado a prodigarse en apoyo de la inversión española en el exterior y de la imagen económica de España. Mientras Zapatero predicaba estos días hermosas palabras para adornar los oídos de sus embajadores, con la otra mano les dejaba prácticamente sin un euro para desarrollar su trabajo. Ironías de la vida.
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